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A España
Perdonadle al desterrado
Ese dulce frenesí
Vuelvo a mi mundo adorado
Y estoy enamorado
De la tierra en que nací
Hola amor,
¿Qué tal estás?
No me lo puedo creer, pero es que casi diez años han pasado desde nuestro primer encuentro. Desde ese día tan soleado de noviembre de 2012, cuando llegué a Barcelona, con el corazón que latía tan fuerte y tan inocente a mis veinte y cinco. Con el corazón que latía en la anticipación, la esperanza, y la vulnerabilidad. Con el corazón que se había enamorado de ti, mi querida tierra, una década antes, a mis cincuenta, y el corazón que nunca había tenido la oportunidad de ver tu sol, de respirar tu aire, de hablar tu lengua, ni de fundirse en ti por completo.
Y a los 25, finalmente nos fundimos en este abrazo tan largo, aunque sólo duró cuatro y medio días y después tuve que regresar a Moscú, mi prisión existencial, el lugar de la opresión y el trauma en el que tuve la mala suerte de haber nacido.
Pero estos cuatro y medio días contigo, amor, fueron los mejores días de mi entera vida.
Porque este corazón de león que llevaba por dentro, tú me lo abriste y despertaste. Me abriste los horizontes y me enseñaste las verdades borradas por mis años de opresión. Me llevaste a mis raíces, me recordaste de mi valor, y me señalaste el único camino que valió la pena seguir: el camino de la dignidad, el amor, la libertad, y el coraje.
Y como dijo Antonio Machado, uno de tus grandes poetas, no hubo camino para mí como caminante. El camino tuvo que hacerse al andar.
Por abrirme el corazón, estos cuatro y media días contigo, amor, por fin me pusieron en marcha. La marcha hacia la justicia y la reparación de los sueños rotos, de la juventud perdida, y del talento que se había quedado mudo, por tantos años, bajo tantas capas del trauma.
Me otorgaste esta idea de una historia de amor que acabó creciendo tanto y resultó materializándose en mi libro. Que llegó a ser mi única oportunidad de salir de la opresión que, por las razones conocidas sólo por Dios, me había tocado vivir.
No me lo puedo creer, amor, que una década después seguimos separados.
Ni se me ha olvidado que cada año después de nuestro primer encuentro, comía las doce uvas por la noche del Año Nuevo; ni de que cada seis de enero, el Día de los Reyes Magos, soñaba con los regalitos que fuera a regalar a mis hijos, los que nunca había tenido y nunca fuera a tener donde estaba; ni de que cada veinte y tres de abril, el Día de Sant Jordi, me encontraba pensando en las rosas y los libros que atestaban las calles de Barcelona, de las parejas caminando por estas calles cogiéndose por la mano y regalándose las rosas y los libros unos a otros, y de la pareja que yo nunca tuve en mi tierra de la opresión y aún esperaba poder tener al llegar a vivir en ti.
Ni se me ha olvidado que esta noche del 19 de noviembre de 2012, sentado en el avión para Moscú, con mi corazón tan pesado y tan abierto al mismo tiempo, le eché la última mirada a Barcelona, mi ciudad soñada, y le dije a ella, “No te digo adiós. Te digo, hasta luego.”
No se me ha olvidado nada. Todo esto lo sigo llevando en mi corazón. El corazón tan pesado, herido, cicatrizado y al mismo tiempo tan valioso, apasionado, y amoroso. El corazón de león, como me lo nombrabas tú. Este corazón, me lo he guardado. Tal y como me sigo guardando, y hasta mi último respiro me guardaré, este amor misterioso que nos ha resultado unir, por casi dos décadas ya, contra todos los prognósticos.
Pero ya sabes, hay amores que se vuelven resistentes a los daños. Los que parecen que se acaban y florecen. Los que en las noches del otoño reverdecen. Los que, como un buen vino, sólo se mejoran con los años.
Con cada año de separación, así crece el amor que siento yo por ti, mi querida tierra. Por tu idioma, por tu cultura, y por tu música. Por tu poesía, por tu espíritu, y por el sabor de tu mar.
Y a diferencia de lo que te dije a mis veinte y cinco, ahora no estoy nada seguro de que un día nos podamos reunir. Porque por mucho que lo haya intentado con los años, me he dado cuenta de demasiadas murallas que nos siguen separando, y de pocas personas que, estando al lado privilegiado de estas murallas, abren salidas y ponen escaleras para las personas provenientes de los rincones oprimidos, tales como yo.
Por eso, me cuesta tanto la vulnerabilidad de esperar que podamos vernos el día de mi cumpleaños en octubre, o reunirnos en noviembre para celebrar el décimo aniversario de nuestro primer encuentro.
Pero esta carta, te la escribo y te la voy a mandar, con un mensaje de amor claro, rotundo y contundente. Ni siquiera me importa que todavía no domino tu idioma con soltura y es muy probable que este texto lleve errores. Este mensaje sale del corazón de león, sale en voz alta, y no lleva la intención de ser impecable, sino la intención de ser bastante fuerte para que lo puedas oír. La lección más importante que me enseñaste es que en la vida se precisa no que cambie lo que soy para poder conformarme y sobrevivir, sino que sea lo que soy para poder crecer y prosperar. Como comprobaron los años de mis estudios, esa es la definición de la verdadera pertenencia.
Y es precisamente por esa razón que a ti te pertenezco yo, amor. No hay ni habrá forma de la que nadie, nada, nunca lo pueda cambiar, nos veamos otra vez o no. Pero con el corazón tan roto y tan pesado, mi querida España, aún espero que sí.
Cuídate y recuérdame,
Jorge
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